lunes, 7 de mayo de 2012

Todos tenemos una partícula de odio, dice Mario Bojórquez, ese  diminuto ser que habita en tu necio orgullo, por el que levantas la quijada en posición fotográfica para revistas de moda y mirándome con desdén tiras mi cariño, lo haces sin prudencia, con la misma actitud del abuelo con alzheimer que tira los restos de cacahuate que se le escurren de la boca, por la ventanilla del coche yendo en carretera. Así contaminas las calles de mi alma, secando cada flor a tu paso, regando con tu silencio la sequía de las ilusiones, convirtiendo esa partícula en un monstruo maldito que deshoja las esperanzas, que acaba con la sonrisa de la niña que alguna vez soñaba con un mundo feliz. Es casi increíble que una pequeña partícula de odio sólo por habitar en tu ego masculino tenga más poder que los miles de segundos que se juntan en mi mente construyendo castillos lejanos y tranquilos para ti, de los que te has regresado para enlodarte del bullicio de la sociedad urbana, hipócrita de los buenos sentimientos, disfrazada de prejuicios. 
     Pero no, dicen las hadas que cantan a mis oídos cuando el cielo se torna naranja anunciando la tristeza de mis ojos, que no, que tu partida no es contaminación como tu llegada, que haces bien a mi vida si te vas; que en mí hay remedio, que obstruya el paso de ese diminuto ser  de resentimiento por los caminos azules de mi cuerpo, que te disculpe como al abuelo con alzheimer o como a los judíos cuando jugaban barajas en la noche del cristo crucificado, porque efectivamente, no sabes lo que haces.Que lo que sienta por ti, no es asunto de la partícula de odio, sino de la caridad que se siente por el niño perdido, de la lástima por el perro callejero sin rumbo, de la compasión por el  abuelo sin memoria que tira migajas en carretera; porque así estás tú, perdido, sin rumbo y sin memoria para guardar siquiera las líneas que ahora escribo.

miércoles, 25 de enero de 2012

NO HAY QUE DARLES PERLAS A LOS CERDOS

No hay que darles perlas a los cerdos. Eso me dijo Miss Quimera hace unos días, cuando tomábamos el café y compartíamos un cigarro blanco, después del desayuno. Las pláticas con tal escenografía ya se han hecho costumbre (sé que la extrañaré cuando me mude de apartamento). En fin que, repasábamos una vez más los lamentables hechos sobre el amor, el engaño, el desengaño, la cobardía y esas características propias de los seres con los que las mujeres compartimos este planeta, los mentados hombres.
     Después de la rutina de pláticas que hemos almacenado tras varios meses hemos llegado a varias conclusiones. Una es que para tener una relación estable con un hombre “hay que caminar con bandera de pendeja”, la otra opción es que en verdad lo seas, y nosotras no servimos ni para una ni para otra cosa. También hablamos sobre que una pareja en esta sociedad cerrada, si seguimos fieles a nuestros ideales, no vamos a encontrar, somos palomas de otros senderos. Después de varios minutos en los que se extendía el tema me dijo, es que es neta: no hay que darles perlas a los cerdos, esa frase quedó sonando en mi mente por un instante, después de soltarme una tremenda carcajada por supuesto.
     Ellos no están acostumbrados a que pensemos, estamos en pleno proceso de que acepten que también podemos, son cómodos y confunden esa palabra con “prácticos”, no les gusta discutir ni complicarse, y cuando una mujer se les enfrenta huyen y van divulgando que les da flojera hablar de “cosas sin importancia”. Prefieren a las mojigatas que, o tienen mente cerrada o de plano no tienen.
     Y como tampoco quiero sonar a amargada, ardida o algo de esa especie, dejaré hasta aquí esto que se torna a letanía  (aunque sinceramente la intención era esa, una letanía, pero ya no tengo los ánimos para darle su respectiva forma, la noche hace su efecto: ocho horas de identificación de erratas, una hora de clases de inglés y dos horas más de spinn son suficientes para que oprimir una sola tecla implique un enorme esfuerzo). La plática con Miss Quimera giró en torno al mismo tema y del lado donde le quieran ver la conclusión fue la misma.