La lluvia se escuchaba
en el cuarto oscuro
en el que me metiste
a punta de besos.
-me tengo que ir-
te dije,
al separarme de tu lengua
que invadía mi boca.
-Tengo que irme-
repetía en mi mente
pero la lluvia no dejaba de caer afuera
y tú de lloverme dentro.
Nos empapamos sin salir de casa.
Cuando salimos
la lluvia disimulaba sus pasos
en vano;
había dejado restos de humedad
por todas partes,
en tus labios y los míos
en la calle y en tu espalda
en tu sonrisa satisfecha
y en los cristales del taxi
al que le hiciste la parada.
Restos de tu aroma
venían deshojándose
de mi cuerpo.
Cuidé mis pasos
y el sonido de las llaves
de mi casa;
en vano, también
porque la lluvia
escuchó tu último aliento
entre mis piernas
y me persiguió…
hasta lloverme los ojos.
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